Para entrar en el tema de si hay o no que perdonar, miremos el contexto en el que surge la sensación, sentimiento, deseo o pensamiento de perdonar o ser perdonado: nos hemos sentido ofendidos, heridos o maltratados. En fin, cuando no me gusta cómo me han tratado o se han comportado conmigo, abro la expectativa de que me pidan perdón.

En otro contexto, cuando reconozco que he sido yo quien ha agredido, herido o maltratado, entro en culpa y con necesidad de pedir perdón pero se activa el juego de no querer perdonar por orgullo.

Esto sucede cuando nos desconectamos de nuestro “Yo Soy” o esencia, dando rienda suelta al automático de la mente inconsciente, funcionando en pleno nuestro ego y las programaciones del miedo, que es donde reside la necesidad de protegerme y defenderme.

En cambio, cuando estamos presentes para nosotros, sé que mis acciones y palabras pudieron incomodar o molestar al otro o viceversa pero mientras estoy presente para mí jamás agredo, ya que la agresión es una reacción desde el ego.

Demos una mirada al aspecto cultural y religioso (algunas religiones, principalmente las occidentales) de cómo alimentamos las creencias, patrones o improntas que están en nuestra mente y dan origen a nuestros pensamientos y a nuestro campo mórfico, desde donde calificamos, descalificamos, aprobamos o no, lo que hago, digo y pienso, así como lo que hacen dicen y piensan los demás.

La realidad que hemos co-creado nos limita

Cultural y religiosamente se postula la obligatoriedad de pedir perdón, se considera un acto de educación, gallardía, gentileza, valentía, sumisión y reconocimiento del otro. La realidad construida (sistema o matrix), alimenta el sentimiento de culpa y la necesidad de pedir perdón, arrepentirse por malos actos o conductas que esa misma realidad determina como “buenas o malas”.

La realidad que hemos co-creado nos limita, nos hace víctimas y victimarios, impidiendo ver  e interpretar con postura pedagógica los eventos que no nos gustan. Ahora veamos el nuevo planteamiento: todo sucede con un profundo sentido pedagógico para los incluidos en el suceso; sí, todo lo que sucede es un aprendizaje para mí.

¡No hay nada que perdonar! se trata de aceptar y agradecer, aceptar que lo que no me gusta trae un mensaje para mí y agradecer porque es para crecer y evolucionar.

Ver el sentido pedagógico de lo que pasa, nos libera: ya no hay culpables, víctimas o victimarios, somos simplemente divinidad encarnada viviendo experiencias para aprender, crecer, evolucionar y trascender.

En nuestro ADN tenemos la información de todo lo que mi energía divina ha experimentado desde que existe, lo que hace que yo vibre en determinado nivel energético y atraiga a mi campo a personas y situaciones necesarias que me permitan ver qué debo mejorar, transformar, sanar o trascender en mí.

Finalmente, el perdón es un acto del ego, no del “Yo Soy”, por ello cobra importancia la óptica desde donde veo, escucho y siento lo que pasa en mi vida. Agradecer transforma la experiencia, entiendes que conoces de ti, que recibes más y logras más en la ausencia, la indiferencia y eso que calificas como desamor.

Las almas que más nos aman son las que generan esas situaciones que necesitamos para evolucionar y transformar nuestra experiencia, es el amor incondicional. Esas almas se prestan para generar sucesos de gran aprendizaje, aunque al tomar estas posturas, puedan no recibir el amor como se vive o interpreta en la realidad o 3D.

Hablar sobre el perdón nos aterriza en la segunda fuerza que trabajamos desde el sistema Regressa, la fuerza transformadora de la gratitud.